jueves, 13 de marzo de 2014

Desafío en dos ruedas: seis ciegos cruzan este domingo la Cordillera de los Andes en biclicleta




Tienen entre 60 y 70 años, y vienen pedaleando desde Buenos Aires con el objetivo de cruzar la Cordillera y llegar a Valparaíso para emular la travesía del autor de "El Principito", el francés Antoine de Saint-Exupéry.
“No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. Esta frase que pertenece al famoso libro “El Principito”, del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry, tiene más relación con esta historia de la que se podría imaginar. Seis personas ciegas y seis videntes se enfrentan este domingo a un complejo desafío: cruzar la Cordillera de los Andes en bicicleta emulando la experiencia de Saint-Exupéry, solo que él lo hizo en avión.
Dialogar con estos aventureros es una experiencia más que gratificante y guarda una importante lección de vida. Ellos llegaron desde Francia a Buenos Aires con la intención de cruzar el país y llegar hasta Valparaíso, Chile. La travesía, explicaron, es un homenaje al autor de “El Principito” quien quedó maravillado con la cordillera cuando desafió sus inclemencias climáticas y el impedioso carácter del viento que fue lo que más lo castigó.
Conversé, entonces, con ocho hombres y dos mujeres mientras que la traducción estuvo a cargo del médico oftalmólogo Carlos Kotlik. La más joven del grupo, Odile Hochard, tiene 57 años y el resto de las edades oscila entre los 65 y 70 años. Todos llegaron a Mendoza este jueves por la noche, desde Buenos Aires, pedaleando en bicicletas dobles y atravesaron días calurosos, húmedos, ventosos y hasta lluviosos. Pero nada los amedranta, al contrario, se sienten más motivados.
La travesía comenzó el 14 de febrero y culminará en el vecino país el 6 de marzo, antes de emprender el regreso a París. Calificaron la experiencia de “única” y no dejaron de enfatizar en la emoción de emular el viaje del escritor francés. “Esto nos regala el placer de descubrir un país nuevo, de soñar con un país, de encontrar amigos y compartir con ellos otras vivencias”, expresó Antoine Muller, no vidente y catalogado como “el poeta” del grupo, por la forma de relatar sus pensamientos.
Igualmente, este tipo de experiencias no es completamente nueva para estos hombres y mujeres, ya que todos pertenecen a una Asociación llamada "Retina", que cada año organiza diferentes desafíos de este tipo y de los que todos ellos ya han participado en varias ocasiones. No obstante, es la primera vez que pisan la Argentina y, según comentaron, ha sido una visita muy placentera.
“La gente es muy cálida. Nos han recibido con mucha gentileza. Incluso, antes de venir nos dijeron que nos cuidáramos de los camiones en la ruta, pero los camioneros se corrían hacia un costado para que pasáramos cómodamente cada vez que nos veían, eso nos llamó mucho la atención”, señaló Jean Pierre Saillens. Al mismo tiempo, uno de sus compañeros, Joan Soudé, contó: “Nos dijeron que íbamos a probar muy buena carne y es algo que también hemos comprobado. Con la gentileza y la calidez de los argentinos es imposible pasarla mal. Además, sabemos que tienen muy buenos vinos”, completó Jean Pierre, mientras sus compañeros reían en complicidad.
Conocer a ciegas
La lección de vida a la que me refería al comienzo de esta historia se traduce no solo en el hecho de, que pese a que estos aventureros ya han pasado los 60 años, aún guardan una envidiable energía y ganas de vivir nuevas experiencias. Sino también se reflejó cuando cinco pares de ojos profundamente azules me miraban sin verme. Lo decidí entonces: era momento de hablar de lo que se siente vivir y conocer nuevos lugares sin poder apreciarlos en formas y colores.
“Nos sentimos independientes porque solo tenemos que pedalear”, respondió Patrice Touchard, uno de los no videntes. A su lado, Antoine- ciego también y que viaja como copiloto- intervino: “Es una sensación extraordinaria de libertad. Sentimos el viento en la cara mientras que nuestros pilotos nos van contando lo que van viendo y cuando llegamos a casa lo relatamos diciendo: ‘Vi esto, vi aquello. Lo frustrante es que pedaleo y pedaleo pero siempre llego en segundo lugar”, bromeó con comodidad.
En medio de las risas, Jean Pierre quiso retomar el tema y agregó que pese a que los pilotos -los que sí son videntes- van ilustrando con palabras los paisajes que los envuelven, es muy interesante lo que aprenden de los no videntes. “Los ciegos perciben mucho más los olores y sonidos y eso es algo a lo que enseñan a prestar atención. Una vez, en Francia, mientras realizábamos uno de estos viajes, un compañero me señaló a través de su olfato un campo de flores que no había visto”, contó.
Pero para saberlo, hay que vivirlo, por eso cuando me invitaron a dar un paseo en una de las bicicletas dobles en la que ellos viajan no lo dudé. Me subí como acompañante, es decir, en el asiento trasero. Mi piloto fue Phillipe y ya sentada y lista para empezar a pedalear, cerré los ojos, solo para saber qué se sentía viajar de esa manera.
Al principio me asustó un poco, bajamos sobre calle Rioja y podía percibir el paso de autos y colectivos muy cerca de nosotros, pero después, la experiencia se transformó en lo que me describieron mis nuevos amigos: automáticamente nace la confianza en quien conduce y ese desligue produce una sensación de tranquilidad absoluta.
No obstante, caí en la cuenta de que el pedaleo debe ser sincronizado y que ninguno puede pedalear más lentamente que su compañero porque le provoca un cansancio extra y se retrasa la expedición.
Tras el paseo, todos esperaban en la puerta de la Clínica Kotlik, donde nos despedimos. Algunos, simpáticamente, esbozaron palabras en español y me informaron que, si llego a visitar Francia no olvide que, para saludar debo dar dos besos como mínimo. Además, no olvidaron señalarme que, en sus remeras, un dibujo de “El Principito” me miraba fijamente junto a la frase: “No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”.

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